¡¡Dejemos vivir a la Blanca Paloma!!
Damas y caballeros, niños y niñas:
Ahora que no tengo sueño en esta bonita noche primaveral, voy a contaros un cuento. Un bonito cuento que está basado en un hecho real, como todos los cuentos (y si no, que se lo pregunten a la Cenicienta, por un lado, y a la actual Princesa de Asturias por el otro, y conste que no estoy insultando a nadie) y con una moraleja que está abierta a ser entendida, a ser menospreciada, que es lo más probable (y hasta me imagino por parte de quiénes) o incluso a ser ignorada, que es lo que suele ocurrir con todas aquellas cosas que nos hacen pensar: son enviadas directamente al olvido. (Por eso todo el mundo recuerda aún “Operación Triunfo”).
Por una serie de causas que no viene a cuento mencionar aquí, hace poco tuve la ocasión, podríamos decir que inesperada, de asistir a un oficio religioso en la mismísima catedral de esta bonita y decadente ciudad nuestra a la que tanto amo: Sevilla. Una misa casi repentina, puesto que los motivos que me habían llevado a pisar suelo santo (aparte de comprobar in situ si corría o no el riesgo de disolverme en humo y cenizas) no iban en ningún momento sublimados al hecho de asistir a una ceremonia religiosa, pero ahí estaba yo, finalmente, sentado en un banco de la capilla y escuchando, o tratando de entender, las palabras del padre.
Todo transcurría de manera normal, es decir, como debe transcurrir una misa que sigue su orden, hasta que el sacerdote pronunció una frase que me hizo sonreír, no ya de deliciosa perversión bienintencionada, sino de ironía y, por qué no decirlo, de tranquilidad. Es posible que la Iglesia no sea tan retrógrada y sedentaria como se ha presentado en los últimos años al común de los mortales.
Y ese momento indescriptible tuvo lugar cuando, como decía, el sacerdote pronunció muy tranquila y audiblemente las siguientes palabras mientras dirigía sus peticiones a la Virgen:
“Y perdona también, Madre, en tu infinita bondad y misericordia, las faltas de respeto y las muchas blasfemias que hacia tu imagen se perpetran en la peregrinación anual al santuario de la Virgen del Rocío.”¿Qué me decís?
Uno no puede por menos que sorprenderse ante semejantes palabras de un sacerdote, tan cargadas de sinceridad, de realismo y de sentido común.
Porque, vamos a ser sinceros. ¿Alguien con un mínimo de cultura puede considerar como una “expresión de fe”, una “devoción mariana” en su concepto más sencillo, la atrocidad que cada año se lleva a cabo en Almonte, contando además con que gran parte de los vándalos, salvajes, bárbaros y otras tribus nómadas (literalmente, en este caso) que tienen su reunión en dicha festividad proceden de la Magna Hispalis? ¿Hay quien pueda negar el hecho de que una vez al año un puñado de la mal llamada “gente guapa” de la ciudad se lanza al campo a comportarse como caníbales en celo con la pálida excusa de la religión, siendo como son en teoría personas refinadas, con dinero y (se les supone) educación y estatus social elevado?
¿Acaso no habla por sí sola la imagen ya tradicional de la Virgen del Rocío asomándose ladeada, sacada poco más que por la fuerza de su ermita y víctima del forcejeo más bestial entre almonteños y foráneos por ver quien se la lleva más lejos del recorrido original que debería seguir, encima (colmo del sadismo más refinado) teniendo que soportar durante su tortura particular que el resto de mamones que no la están zarandeando como si fuera un pelele de feria le estén gritando “guapa, guapa” todo el maldito día?
Podría estarme horas soltando verdades sobre este tema, que me duele. Y no confundamos, que no estoy hablando ya de creencias religiosas sino de un comportamiento que considero bajo, despreciable e hipócrita. Y esas cosas son superiores a mí. No puedo tolerar que un grupo de personas se dediquen a arrastrar por el suelo una representación religiosa de considerable valor histórico, borrachos como hooligans, y digan que lo hacen por su religión, que luego canten sus alabanzas después de haberla vapuleado por todo el pueblo y encima los muy hipócritas lloren de emoción cuando se pronuncia su nombre en el bar, con los amigotes, entre tapa y tapa. Como persona, como criatura civilizada y con un raciocinio superior al de un mono, ni puedo ni debo consentirlo, y al demonio con el capillita de turno que venga a decirme lo contrario.
Eso NO es fe. Eso NO es religión. Eso NO es tampoco ni mucho menos una tradición. Eso es ser un caradura, un vividor, un embustero y un miserable, con todos mis respetos. O quizá sin ellos.
Si a alguien se le ocurriera tener la más mínima intención de tratar así a cualquiera de nuestras imágenes que salen en procesión en Semana Santa, mucho me temo que la cosa acabaría en los Juzgados, en Urgencias o, por qué no, en el Tanatorio. Que para eso somos una ciudad tranquila y un pueblo pacífico, de esa clase de gente culta y educada que no llegaría nunca a las manos con sus propios amigos o familiares por una discrepancia entre equipos de fútbol, por ejemplo.
Y sin embargo, aquí, nuestras imágenes religiosas nunca se asoman a la calle rodeadas de gente que se les sube encima o les trepa por los candelabros, y aún nadie ha visto al Jesús del Gran Poder avanzando de costado como un barco a medio hundirse, ni se ha tenido noticia de que La Macarena tuviera a su alrededor una panda de degenerados borrachos de fe (y de otras cosas) empujando a todos los que no son de Sevilla para que no se atrevan siquiera a respirar el mismo aire que los costaleros que la portan.
Porque eso sería una falta de respeto, de educación y una muestra de indignidad. Tanto hacia la imagen en sí como hacia los fieles que asisten a la procesión.
Yo creo que durante la conmemoración de la romería del Rocío, los asistentes celebran el misterio divino de la transformación por voluntad de Dios del mono en hombre, y para ello se comportan como el Ser de Atapuerca durante unos pocos días al año, con la total impunidad que dan las palabras “religión” y “dinero”. Ahora, además, a esa festividad anual del Rociero de Cromagnón se han sumado varios famosetes y semi-divas de Serie B que posan sonrientes y contentos, ellos y ellas, ante las cámaras que las plataformas de televisión envían para tomar constancia del multitudinario evento: “Yo también he sido siempre muy devota de la Virgen del Rocío” suelen declarar, alegremente, con el mentón aún goteando manzanilla y el aliento apestando a jamón de pata negra.
Ya, claro, muy devota, de eso no cabe duda.
¿Y eso lo descubriste antes o después de que se pusiera de moda ir al Rocío para ganar puntos en la prensa rosa, cariño? Porque si tan devota eres y tanto le debes, podrías, no sé, destinar algo de tus ganancias a mejorar las condiciones de la ermita, o al menos, a poner un mínimo de control y de cordura en la romería para que sea un poco menos de salvajes y un poco más de personas, ¿no te parece?
Alguien dijo una vez que si al Rocío le quitaran el vino, el jamón, las comilonas, el puterío, el cachondeo y las guitarras (o sea, todo el merchandising no oficial) y lo dejaran en una pura y simple peregrinación religiosa, como es el Camino de Santiago, no iría nadie. Y estoy seguro de que tenía toda la razón. ¿Alguno de esos pseudofamosillos y pseudofamosillas se tragaría días de caminata, polen y polvo campestre, dormiría al raso y se cruzaría a pié el famoso río Quema sin todo eso que hemos mencionado, amén de las cámaras? Pues se trata, recordemos, de un acto religioso, y pocas imágenes de famoso he visto yo en Santiago, en Lourdes o en la parroquia de su barrio, sin ir más lejos.
¿O incluso, algún sevillanito cualquiera, de los de dinero y el BMW en la puerta de casa, de los que van cada año a coleccionar medallas del Rocío (porque a fin de cuentas eso es lo que hace) seguiría mostrando su fé y su devoción yendo de peregrino como hay que ir, o sea, en silencio, meditando, poco más que a solas y ayunando por el camino?
Esa, niños y niñas, es la moraleja. Que seamos o no creyentes, lo que no se puede negar es que lo que toda esta adinerada y adorable panda de hijos de mala madre está haciendo con la Virgen del Rocío es poco más que prostituirla pública y alegremente, y a los ciudadanos con menos dinero pero más sentido común y probablemente con más clase nos importa un carajo y no hacemos nada siquiera por concienciar y dar ejemplo. Porque, dado el caso, podría ser que hubiera una afluencia de peregrinos después del Rocío, de esos que van a ver a la Blanca Paloma por pura devoción y no por figurar, y darles una patada en el ego a Borjamari el Bárbaro y sus amigos los rocieros de toda la vida.
Pero claro, y ésta es la Gran Pregunta Número Dos: ¿Quién demonios se acuerda de la Virgen del Rocío después de la romería, por muy devoto que sea? La respuesta ya la conocemos todos, por desgracia...
Como se caiga verás tú...